La vida del salmón se inicia en el río. Cada año, en el otoño, una hembra y un macho ponen huevos. Cuando llega la primavera, y empiezan a nadar hábilmente, abandonan la grava e inician su vida independiente.
Después de vagabundear en los mares, por periodos variables, intentan volver al lugar de nacimiento y allí poner nuevamente sus huevos. Muchas veces para el repoblamiento de ríos, las piscifactorías toman huevos de un río y lo trasladan al otro. Generalmente, sin estudiar sus condiciones, por lo que en muchos casos puede resultar realmente difícil o incluso imposible para el salmón el volver a su lugar de nacimiento. Los salmones, llevados por su instinto, tienen como único objetivo el alcanzar ese río y en muchas ocasiones son conducidos a la muerte.
Pero nosotros no somos salmones, los humanos, a diferencia de ellos, tenemos la capacidad de pensar y darnos cuenta de que moriríamos en el intento y buscaríamos una alternativa para solucionarlo. Esto se debe a que no tenemos instinto. Nos guiamos por nuestra propia sabiduría dejando a un lado la intuición y las conductas naturales. Por lo tanto, no podemos permitirnos dejarnos llevar por las situaciones y coger el camino fácil. Debemos hacer uso de esta fabulosa capacidad de pensamiento que nos ha dado Dios y disfrutar del sabor de la vida.
María y Marta
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